Tres de la mañana… Te levantas a “mear”… Celular en mano tropiezas hasta el baño. En cuestión de minutos escudriñas las redes y la Internet. Facebook… Twitter…LinkedIn… Instagram… WhatsApp… tus correos, tus mensajes… Bajas el inodoro… Te vas a dormir.
¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!!!! ¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!!!! Seis de la mañana. Hora de despertar. Abres los ojos. Agarras el teléfono. Llegas nuevamente al baño con una mano ocupada. Vas a Facebook… a Instagram… a Twitter… A LinkedIn… a WhatsApp… ¿Qué ha pasado en el mundo? ¿Cuándo tembló por última vez? ¿Qué se han robado los políticos? ¿Cómo anda el coronavirus? ¿Cuánta gente ha muerto? ¿Cuál fue la pataleta más reciente de Trump? ¿Y Fauci, todavía tiene empleo?
¿Te has detenido a pensar para qué te sirve todo? ¿Realmente suceden cosas tan transcendentales que justifiquen semejante desenfreno?
La mayoría de la gente de hoy vive inmersa en una burbuja de micromensajes que llegan en todo momento y de infinitas procedencias. Para subsistir en esa nube hay que estar al tanto de todo, responder a lo pertinente y producir mensajes propios que nos destaquen. De lo contrario nos tornamos “irrelevantes”.
Enfrascados en ese empeño de ser el #1 publicamos constantemente. Lo que sea… Y mucho… Hablamos porque tenemos que decir algo; no porque tengamos algo que decir. La consigna es “mírenme a mí”, “mírenme a mí”, “mírenme a mí”… como el burro de Shrek.
Aún así pocos miran. El ruido es mucho… ¡Demasiado!!! En su empeño por sobresalir todos hablan a la vez. Nadie escucha… La baba nos arropa…
¿Te has detenido a pensar a dónde conducirá todo esto? ¿Qué va a pasar cuando los algoritmos sean tan restrictivos que nada de lo que publiques sea visto? Ese momento está llegando… ¡Y más rápido de lo que piensas! ¿Lo sabías? Apenas el 4 de mayo pasado Google anunció todavía otro cambio a su algoritmo y los niveles de tráfico de mucha gente se fueron al suelo.
En las redes sociales es igual o peor. Cuando colocas algo en Facebook lo ven alrededor del 2% de tus seguidores. Y si tienes pocos seguidores, bueno pues… haz tú los cálculos. En las demás el escenario es similar.
Y el proceso no comenzó ayer. Ha sido así por más de un lustro.
Hipercomunicación… Un Término Mal Usado
La palabra “hipercomunicación” supone una abundancia —o hasta exceso— de comunicación, como queriendo decir que tenemos más de algo que es bueno. Los expertos lo utilizan para describir una cantidad enorme de mensajes. Pero “más” y “mejor” no son siempre equivalentes.
La experiencia nos ha enseñado que el exceso de mensajes produce un nivel de insensibilidad que hace que las personas los ignoren. Y ahí se va lo bueno y lo malo; lo importante y lo trivial; lo urgente y lo impostergable. Se convierte todo en ruido.
Sucede igual que en el mundo financiero. Cuando tenemos exceso de algo pierde valor. Es pura oferta y demanda…
Una Revolución De 20 Años
La llegada del milenio abrió de par en par las exclusas de la comunicación. Con la llegada del hipervínculo de Tim Berners Lee, y la comercialización de la Internet a partir del 1998, se desató una revolución que ha alterado por completo el mundo de la comunicación.
En poco más de 20 años hemos visto caer imperios mediáticos, cadenas comerciales de venta de música, y formatos audiovisuales. ¿Recuerdas a Tower Records, a Napster, o a Blockbuster? ¿Y qué hay de América Online, o CompuServe? ¿Recuerdas a MySpace? Todos dominaron sus respectivos segmentos comerciales en algún momento. Hoy ninguno existe o están tan menguados que resultan irrelevantes. Y lo mismo sucederá con los imperios de hoy.
¿Por Qué Hago Este Recuento?
No pretendo convertirme en historiador de la Internet, aunque ciertamente he estado inmerso en ella desde sus comienzos. Lo que sí planteo es lo fútil que resulta jugar el juego de estas megaempresas. Todas ellas, las de hoy y las de antaño, han montado sus operaciones sobre la plusvalía aunada de sus usuarios. ¿Por qué? Pues porque cuando algo “parece gratis” el producto en realidad eres tú. Además, este desenfreno en el que vivimos es insensato, insostenible y malsano.
De alguna manera pasamos de una generación que fomentaba el intercambio humano, a una que vive con la nariz pegada a una pantalla de cristal.
¿Dónde Quedó La Dialéctica?
Cuando comenzaba mi vida profesional recuerdo que se valoraba mucho la capacidad de hablar en público. Yo traía un equipaje mixto que no me preparaba del todo para ese escenario. Por un lado venía de un hogar donde me inculcaron de pequeño que “los niños hablan cuando las gallinas mean”. Imagínate tú. Grabaron en mi DNA que mi opinión no era importante… que “calladito me veía más bonito”, como dicen hoy en día.
Por otro lado tuve la bendición de formar una banda de rock-and-roll, junto a amigos de la escuela superior, que me ayudó a perderle un poco el miedo al público. Era la era de los Beatles, y en lugar de Play Stations y X-Boxes los jóvenes jugábamos con guitarras, bajos, órganos y baterías. A “PONG” le faltaban 25 años para ser inventado.
Guitarra en mano me paraba al frente a cantar, con el pelo largo, el “turtle neck”, el “medallón” y los “bell bottoms” de polyester. ¡Ugh!!!
En las tardes, cuando regresábamos de la escuela, no reuníamos en la esquina a practicar canciones de las principales agrupaciones del momento con instrumentos acústicos. Así transcurría la tarde, y parte de la noche, practicando tonos, montando coros, y claro… discutiendo asuntos de la sociedad, ¿por qué no? Todo desde la óptica de mozalbetes “rockeros” de la era de Vietnam.
Aprendimos el intercambio a través del intercambio. Aprendimos a pensar pensando. Aquel movimiento de los “pelús” —como le llamaron sus detractores para ocultar las circunstancias que lo propiciaban— le enseñó a una generación entera a cuestionar lo establecido, a pensar con su propia cabeza y hasta a escapar por completo en ocasiones. Sí, eso también sucedió.
Como en todas las eras del andar humano hubo aquellos que optaron por el escapismo… por la psicodelia… por el vacío.
Era una época de contrastes. En un lado estaban los que predicaban el orden, lo establecido, y la obediencia a ultranza, y en el otro estaban los que pensaban con sus propias cabezas, los que cuestionaban y los que se negaban a transitar por la vida como ovejas al matadero.
Lo negro era negro… en todos los sentidos. Y lo blanco también. Los pocos medios que existían estaban bajo el control del gobierno permanente y se encargaban de servir de muralla y fotuto simultáneamente.
El Ruido Como Mensaje
Hoy en día hay tantos medios a nuestro alcance que seguirle el tracto es imposible. Se reproducen como conejos. Cada vez que dominamos uno surge otro que lo sustituye. Vivimos como “hamsters” en la rueda; siempre al trote; siempre atrás; siempre inefectivos.
Luchamos contra un sistema diseñado para mantenernos entretenidos, desinformados, compitiendo e indefensos. Mientras alimentamos el monstruo de la hipercomunicación llenamos almacenes electrónicos de data valiosa. Esa información se agrega, se cataloga, se organiza y se vende. Después nos llegan ofertas irresistibles y hechas a la medida. Y nos preguntamos cómo es posible que alguien sepa tanto sobre mí.
¿Y qué ganamos? ¿Likes? ¿Shares? ¿Corazoncitos? ¿Smilies? ¿Recuerdas la última vez que pagaste tus víveres con likes?
El sistema está podrido. Hasta los indígenas americanos salían mejor con los conquistadores. Por lo menos a ellos le daban espejos y camándulas a cambio de sus riquezas. La llamada hipercomunicación es una treta. No nos comunicamos nada. Transitamos en carriles paralelos luchando todos por lo mismo… por atención. Y eso no ha cambiado desde que los cavernícolas pintaban en las paredes de sus cuevas con sangre.
Hoy la humanidad lucha con un virus como no se había visto hace más de un siglo. Y la hipercomunicación nos arropa. Los que abrasan la ciencia y los que que la niegan tienen altoparlantes igualmente grandes. Mírenme a mí, mírenme a mí, mírenme a mí, parecen gritar a puro pulmón. La información y la mentira se disputan el espacio mediático mientras la gente transita alocada en busca de soluciones.
Entonces tenemos a los buitres… Los que aprovechan el desquicio y el caos —y a menudo hasta los fomentan— para llenar sus bolsillos de riquezas mal habidas. En Puerto Rico hay hasta un refrán que ilustra ese tipo de podredumbre social: “río revuelto ganancia de pescadores”. Debería haber una provisión especial en la constitución para exterminar a semejantes ratas.
El resultado de todo esto es el cierre de canales. No de los que identificamos en grupos de cuatro siglas sino de los espacios cognoscitivos que permiten que fluya o no la información. La gente sencillamente deja de prestar atención.
Los que niegan la ciencia simplemente están empeñados en que todo vuelva a la “normalidad”. ¿Pero a qué normalidad? Después de todo, cabe preguntarnos si aquello que dejamos atrás, por causa de la pandemia, era en realidad normal. Lo importante para este grupo es el dinero. Producir más… vender más… ganar más… como señalan Jeff Gibbs y Michael Moore en su más reciente documental “Planet of the Humans”. Pero, hasta cuándo va a ser viable ese paradigma?
Quizás la propagación del Covid-19 sea el grito de un planeta herido de muerte tratando de ponerle freno a la propagación del peor virus de todos: “nosotros”.
Los que promulgan la ciencia, liderados intelectual y espiritualmente por el Dr. Anthony Fauci piden la mesura… reducir la marcha, estudiar, evaluar, aislar y tomar medidas basadas en la metodología científica. Todo correcto desde el punto de vista clínico pero a veces nefasto desde el lado de la economía.
Y en el medio estamos tú y yo. Inmersos en un mar de mensajes. Hartos del ruido, del aislamiento, de las filas, de la escasez, del miedo al contagio…. Por un lado estamos sedientos de información que nos ayude a campear el temporal y por el otro estamos sordos al ruido mediático, a las tretas y a la mera estupidez.
Cuando estudié comunicación conocí por primera vez el concepto del “clutter”, que postula que cuando tenemos un exceso de mensajes que compiten por nuestra atención la efectividad de cada uno de ellos se reduce grandemente. Más tarde escuché un frase lapidaria en un curso de mercadeo de la Universidad Estatal de Arizona: “la mente confundida no toma decisiones”.
Todo eso se junta para llegar a una conclusión: “independientemente de lo que propongan las distintas “autoridades” la gente va a hacer lo que le haga sentido”. Claro, siempre habrá aquellos que se inyecten algún desinfectante porque se lo sugiera un idiota, pero en términos generales la gente va a hacer lo que le dicte el intelecto. EL SUYO.
Los cines, bares, restaurantes, hoteles, estadios y arenas pueden abrir sus puertas de par en par, pero eso no quiere decir que la gente asista en bandadas. Sobre todo cuando sabemos que los distintos gobiernos no tienen los recursos ni la inclinación de hacer cumplir las llamadas medidas de “distanciamiento social”. Solo basta con ver el apiñamiento de personas en vuelos comerciales ayer para saber cuán cumplidores van a ser los distintos actores económicos de nuestra sociedad. La consigna es llenar los espacios a tope y que se fastidie el que se fastidie. No nos lo dicen, pero eso es.
Entonces, ¿Por Qué “La Incomunicación De La Hipercomunicación”?
Piénsalo. ¿En realidad sientes que tienes el dedo sobre el pulso de la realidad que te rodea? ¿Puedes enumerar tres fuentes de información inexpugnables… tres medios en los que puedas confiar con los ojos cerrados? Como le pregunté una vez a un amigo en todo de broma: ¿le comprarías un carro usado a alguno de los políticos que te representa? ¿Cuándo sales a la calle te sientes seguro(a)? ¿El hecho de que el gobierno ordene que se abran los establecimientos te hace sentir más seguro(a)? ¿Enviarías a tus hijos a la escuela, al cine o algún parque sin que se haya descubierto una vacuna o tratamiento efectivo contra el Covid-19? ¿Llevarías a tus padres o a tus abuelos a actividades multitudinarias?
A estas alturas habrás recibido miles de mensajes divergentes sobre todos estos temas y muchos más. ¿Tienes un cuadro claro de lo que debes hacer?
Si tu contestación es NO a cualquiera de mis ocho preguntas formas parte del grupo de los confundidos. ¿Y sabes qué? Formas parte de la mayoría.
Muchos de nuestros dirigentes (sí, porque me rehuso a llamarle líderes) piensan que la economía es como un bombilla. ¡Sencillamente tiras el interruptor y alumbra! Pues NO. La economía es un organismo vivo que responde a las fuerzas de la sociedad. Podemos obligar a las instituciones a abrir, pero no podemos obligar al público a patrocinarlas. Aquello de “if you build it, they will come” ciertamente no funciona ante los embates de un virus asesino como el Covid-19.
Y aunque los detractores de la lógica y el método científico se suban a los montes más altos y griten a toda voz: “ábrase la economía” no van a lograr que la estupidez sectorial impere sobre la lógica social.
©2020, Orlando Mergal, MA
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El autor es Experto En Comunicación Corporativa (Lic. R-500),
Autor de más de media docena de Publicaciones de Autoayuda
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